Muchas veces atravesamos crisis o pérdidas en nuestra vida. A esos momentos les llamamos quiebres.
Se les dice así porque rompen la transparencia en la que vivimos, esa sensación de que todo fluye sin detenernos demasiado a mirar. En la rutina diaria solemos movernos en piloto automático, haciendo cosas sin apreciarlas realmente.

Cuando ocurre un evento inesperado, esa fluidez se interrumpe de golpe. Ahí aparece el quiebre: un instante que nos obliga a detenernos, que puede cambiar nuestro rumbo, nuestra dirección e incluso el sentido mismo de nuestra vida.

El momento de la caída

La muerte es, quizá, uno de los quiebres más grandes que podemos atravesar. No solo nos confronta con la ausencia física de quien amamos, también quiebra la sensación de seguridad con la que nos sosteníamos. De pronto, lo que dábamos por cierto —la familia, los roles, los vínculos— se fractura.

En ese instante, no solo muere un ser querido: también muere una parte de lo que éramos con esa persona. Surge entonces una pregunta inevitable: ¿quién soy ahora si aquello que me definía ya no está?

La caída trae consigo un vacío, una rotura de identidad. Nos confronta con el hecho de que, en algún nivel, necesitamos reconstruirnos: convertirnos en madre y familia de nosotras mismas, aprender a sostenernos con nuevas raíces.

La diversidad del duelo

Es difícil aceptar la diversidad de maneras en que cada persona vive una experiencia compartida. Probablemente todos sentimos un dolor parecido, pero lo expresamos de formas muy distintas. Y en esa diferencia puede haber un dolor extra.

Para mí, la ausencia trajo la necesidad de honrar la memoria: reconocer su lugar en la vida, en nuestra historia y en la biografía de quienes la rodeamos. Reconstruirnos, sí, pero desde esas ruinas que quedan, permitiendo que la vida atestigüe ese pasado. Porque hay tanto que permanece: los gestos cotidianos, el amor inmenso, las enseñanzas, las pequeñas contradicciones que hoy nos hacen reír, la cocina que reunía a todos alrededor de la mesa.

Sin embargo, no todos lo viven igual. Otros necesitan borrar las huellas y demoler lo antiguo para volver a construir, sin rastros visibles del pasado. Tal vez queda en lo invisible, en lo que no se nombra, en lo que se guarda en silencio.

El inicio de la reconstrucción

Ya no somos los mismos que éramos.
Lo que nos ha pasado es una jugada inevitable de la vida. Entonces surge la gran pregunta: ¿y ahora qué?

Cuando elegimos estar en la vida como protagonistas y no como víctimas, podemos transformar esa rotura en un espacio de luz y claridad. Así como la naturaleza encuentra siempre el camino para renacer después de incendios o catástrofes, los seres humanos también llevamos dentro esa fuerza de regeneración.

Tenemos no solo la posibilidad, sino también la responsabilidad de encontrar ese camino. Reconstruirnos como lo hacen las flores después de la tormenta: con paciencia, con belleza y con una fortaleza silenciosa que nos recuerda que la vida insiste en seguir floreciendo.

Herramientas para el resurgir

En medio de un quiebre, la tribu se vuelve fundamental.
Las amistades, los vínculos que demuestran ser inquebrantables, nos recuerdan que somos seres sociales por naturaleza. Los rituales compartidos —para algunos la iglesia, para otros las prácticas de yoga, los retiros, los viajes, o incluso un simple almuerzo de fin de semana— son espacios donde lo colectivo nos sostiene.

También están las medicinas y herramientas de crecimiento. No basta con esperar que el tiempo lo sane todo: el tiempo solo cura en la medida de lo que hagamos con él. Por eso, la conexión con el cuerpo es esencial. Un duelo profundo necesita un cuerpo fuerte, que pueda sostener el dolor sin quebrarse en enfermedad.

En mi experiencia, la respiración fue la llave para volver al presente y reconectarme conmigo misma. El ejercicio físico me dio un sostén vital, y el AeroYoga se transformó en un símbolo poderoso: suavidad y fortaleza al mismo tiempo, un sostén físico, emocional y espiritual. El Yoga en general me ofreció claridad y contención; recuerdo que ese mismo año viajé a un retiro en Perú, donde encontré a las personas exactas para ese momento de mi vida. Al cumplirse un año, en Barcelona, otro encuentro de yoga me trajo las respuestas que entonces necesitaba.

Cuando nos entregamos a esa sincronicidad y aprendemos a leer las señales, la vida empieza a ordenarse con una lógica casi absurda dentro de lo que parecía puro caos.


3 claves para reconstruirse después de un quiebre

  1. Aceptar
    Aceptar no significa resignarse, sino rendirse ante lo que ya no podemos cambiar. Es un acto de humildad y valentía: mirar de frente el vacío y permitirnos sentirlo.
  2. Habitarse
    Volver al cuerpo, a la respiración, a lo más auténtico de una misma. Escucharse, sostenerse y reconocerse en la verdad interna, más allá de los roles, las etiquetas o lo que se fue.
  3. Abrirse al amor
    Recordar que el amor no desaparece con la ausencia. Vive en los vínculos, en la tribu, en los gestos cotidianos, en los extraños que nos tienden la mano. El ser querido sigue estando, transformado en amor que circula por el mundo.

Si estás en tu propio proceso de reconstrucción, sé que hay momentos en que parece desmoronarse todo lo que habías construido. Pero recuerda: reconstruirse es habitarse de nuevo.

Cada día es distinto, cada día es un descubrimiento de quién eres ahora en el mundo. Es una oportunidad para volver a ti misma con más fuerza, más calma y mucho más amor que antes.

Y aunque el camino sea personal, siempre se vuelve más ligero cuando es compartido.

Reconstruirse es volver a florecer. 

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0 Response
  1. María José García

    Sin duda, la muerte es el misterio más tremendo de la vida. Que importante es hablar de ella e incorporarla en nuestras conversaciones 💜
    Gracias por este precioso post

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A wonderful serenity has taken possession of my entire soul, like these sweet mornings of spring which I enjoy with my whole heart. I am alone, and feel the charm of existence in this spot.

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